El libro, editado por Ollero & Ramos y con ilustraciones de F. Meléndez, lleva el subtítulo de Tratado filosófico de cocina, pero, aunque se incluyen recetas que dan pie a distintos textos, entre la ficción y la autobiografía, ésta es más bien una excusa para que la autora de Como agua para chocolate exponga su visión de la sociedad actual, sus observaciones y reflexiones sobre este mundo que ha perdido los ritos y necesita recuperarlos.

La atmósfera de su novela más popular late en este volumen, donde Esquivel se muestra optimista y anuncia una nueva revolución de carácter íntimo. «Durante mucho tiempo», explica, «toda una generación de mujeres nos hemos alejado de la cocina creyendo que las cosas importantes estaban fuera y que necesitábamos participar. Pero esta salida tan radical de la casa ha creado graves deficiencias en el ser humano. Por eso es necesario rescatar ese espacio de intimidad y sensualidad que nos conecte de nuevo con el origen, con los elementos de la naturaleza».

A contracorriente

Cuando se habla con Laura Esquivel hay que aceptar que su discurso va a contracorriente de lo establecido. «Siento, luego existo» es la máxima de esta mujer de espíritu ecologista que se hermana con la cantidad de personas que experimentan la necesidad de llenar de algún modo su vacío espiritual. «Nos estamos dando cuenta», dice, «de que lo que parecía más importante, el progreso y la producción, ya no basta. El sistema no da respuestas y es el momento de que volvamos a relacionarnos emocionalmente con el universo».

A todo esto se refiere la escritora en Intimas suculencias, convencida de que el éxito actual de la literatura femenina («que no tiene que ver con el sexo, puesto que también es practicada por hombres con muy buenos resultados», afirma) no es un simple fenómeno de mercadotecnia, sino la constatación de que se están dando respuestas a las preguntas esenciales del ser humano, «rescatando el espacio de las emociones y de la sensualidad».

Maestra antes de dedicarse a la escritura, Laura Esquivel cree firmemente en la importancia de la educación para crear seres «desobedientes, con criterio propio para decir no cuando sea necesario». Lo que propone es poner el mundo patas arriba.

Explica: «Bueno, las cosas tendrán que ir llegando poco a poco. Para empezar», afirma, «basta con que rescatemos nuestro hogar como un centro generador de placer, de vida, de conocimiento, sacralizar nuevamente nuestras casas para que nos nutran el alma, recordar quiénes somos...». Ella asegura que lo hace, que cuando viaja se siente perdida, hasta que recupera sus rituales cotidianos. «Para mí es esencial levantarme y hacer un saludo a los cuatro vientos, presente en todas las tradiciones sagradas».