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Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
Ramón Fernández Durán
Miembro de Ecologistas en Acción y del Movimiento contra la Europa
de Maastricht y la Globalización Económica.
Madrid, febrero de 2000[1]
"El varón norteamericano típico consagra más de 1500 horas por año
a su automóvil: sentado dentro de él, en marcha o parado,
trabajando para pagarlo, para pagar la gasolina, los neumáticos,
los peajes, los seguros, las infracciones y los impuestos para la
construcción de carreteras y aparcamientos. Le consagra cuatro
horas al día en las que se sirve de él o trabaja para él. Sin
contar con el tiempo que pasa en el hospital, en el tribunal, en el
taller o viendo publicidad automovilística ante el t.v. Estas 1500
horas le sirven para recorrer 10.000 kms, es decir 6 kms por hora.
Exactamente la misma velocidad que alcanzan los seres humanos en
los países que no tienen industria del transporte. Con la salvedad
de que el americano medio destina a la circulación la cuarta parte
del tiempo social disponible, mientras que en las sociedades no
motorizadas se destina a este fin sólo entre el 3 y el 8%".
(Iván Illich, Energía y Equidad)
"Cuanto más carreteras (...) construimos, menos tiempo parece que
tiene la gente (...) Cuanto más énfasis se pone en el ahorro de
tiempo, más se orienta el conjunto del sistema de transporte a
servir las necesidades de los sectores más ricos de la sociedad"
(John Whitelegg, La Contaminación del Tiempo)
Las instituciones que van a regular el funcionamiento, a escala
internacional, de este modelo productivo, crecientemente
mundializado, serán: el Fondo Monetario Internacional -FMI- (la
pata monetaria), el Banco Mundial, BM -la pata financiera- y el
GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio) -la pata
comercial-. La creación de estas instituciones se decide en Bretton
Woods en 1944, y su actuación va a permitir ir sentando las bases
para una progresiva globalización de la economía, que se acelera
especialmente en el último periodo.
Se podrían distinguir, pues, dos grandes etapas en este proceso.
Una, que iría desde 1945 hasta mediados de los años 70, y que
estaría marcada por un intenso crecimiento económico en el Norte,
con un importante componente industrial, de carácter urbano-metropolitano. Este crecimiento es fuertemente generador de empleo
asalariado, especialmente en el ámbito de la gran industria.
Paralelamente, en el mundo rural, se asiste a la progresiva
desaparición de la pequeña actividad productiva agraria tradicional
(pequeño campesinado), debido a la expansión de la actividad
agropecuaria industrializada (agribusiness), basada en las técnicas
de la "revolución verde" (grandes explotaciones, altamente
mecanizadas, con gran consumo de energía, con elevados inputs de
fertilizantes químicos y sintéticos, así como pesticidas y
herbicidas, y por consiguiente de alto impacto ambiental).
Todo ello genera unas fuertes corrientes migratorias campo-ciudad,
provocando un acusado crecimiento poblacional de las principales
metrópolis. Es una época de pleno empleo (con carácter fijo), de
mejora generalizada de los niveles salariales y de las condiciones
de trabajo. Ello coexiste con un fuerte desarrollo de la
motorización y del transporte por carretera, en general. De hecho,
las principales industrias se relacionan, en una muy importante
medida, con el sector del automóvil y del petróleo. En la
consolidación de este nuevo modelo productivo y territorial, en los
países del Norte, cumplen un papel trascendental los estados. Son
años de fuerte intervencionismo estatal, de políticas keynesianas,
en que se desarrolla el llamado Estado del Bienestar, especialmente
en el espacio europeo occidental. Los estados no sólo actúan en el
ámbito de la promoción de la vivienda pública (en concreto en la
Europa comunitaria), para acoger a la grandes volúmenes de
población que acuden a las ciudades, sino que impulsan, asimismo,
la construcción de grandes infraestructuras de transporte,
especialmente viarias, de alta capacidad. Infraestructuras que
conectan los principales núcleos urbanos, y que, en menor medida,
se localizan en el interior de las metrópolis y en sus periferias.
La construcción de dichas infraestructuras absorben importantes
recursos económicos. Ello hace que se adopten diferentes fórmulas
para su ejecución. En algunos casos son los propios estados los que
las acometen directamente, a través de sus presupuestos generales
(p.e., Alemania occidental), o mediante tasas (sobre el
combustible) de carácter finalista (p.e., el Interstate Highway
System en EEUU). O bien se acude al concurso del capital privado a
través de la concesión de autopistas de peaje. Esta última
modalidad se da principalmente en países de poca capacidad
inversora estatal (p.e., el Estado español, en esa época). De
cualquier forma, no existe una única fórmula para la realización de
este tipo de infraestructuras, sino que se dan distintas
combinaciones, según los casos.
Mientras tanto, en los países del Sur, o de la Periferia, es
principalmente el BM, en colaboración con el capital financiero
privado, el encargado de impulsar la construcción de las
infraestructuras de transporte (e hidráulicas) que van a permitir
conectar importantes territorios, hasta entonces al margen de la
economía monetaria, a la lógica del mercado mundial. Actuaciones
especialmente relacionadas con grandes proyectos del capital
transnacional de extracción de materias primas (recursos minerales
y energéticos) o de importantes explotaciones de agricultura de
exportación destinada asimismo a los mercados del Norte. La
ejecución de estos proyectos de "desarrollo" sería una de las
causas del despegue de la deuda externa de los países del Sur.
Tras las crisis energéticas de los 70, la quiebra del patrón dólar-oro, y el agotamiento del modelo industrial fordista de la
posguerra en el Centro, se produce una quiebra del crecimiento en
los países del Norte, que se intenta remediar con el inicio de un
profundo cambio de rumbo en las políticas económicas y con un
importante salto hacia adelante en los procesos de globalización o
mundialización de las relaciones económicas (segunda etapa). Por un
lado, se promueve una paulatina aplicación de las llamadas
políticas neoliberales: desregulación progresiva de los mercados de
trabajo y de capital, privatización creciente de las empresas y
servicios públicos, recortes del Estado del Bienestar... Y, por
otro, en paralelo, se incentiva una creciente deslocalización
industrial hacia ciertos países de la Periferia (especialmente el
sudeste asiático y, en menor medida, ciertos países
latinoamericanos), con el fin de abaratar los costes de producción.
Lo que se conoce como la Nueva División Internacional del Trabajo.
Al tiempo que se acomete una importante reestructuración productiva
(postfordista) de la industria que permanece en el Norte.
Reestructuración que implica una fuerte inversión y concentración
del capital, que incrementa enormemente la productividad, a costa
de amortizar y flexibilizar el factor trabajo.
En este cambio de orientación cumplen un papel trascendental el
FMI, el BM y el GATT. El FMI, a través de la aplicación de los
Planes de Ajuste Estructural que obligan a los países de la
Periferia a devaluar sus monedas, lo que abarata aún más el coste
de su fuerza de trabajo, a desregular y privatizar sus economías,
abriéndolas a la lógica del mercado mundial, así como a orientar su
producción de una manera mucho más intensa hacia la exportación. El
BM, que incrementa su capacidad de actuación para llevar a cabo, en
un tiempo récord, la creación de las infraestructuras
correspondientes (de transporte, hidráulicas y energéticas) para
que determinadas áreas de la Periferia cumplan su nuevo papel (de
producción industrial para el mercado mundial). Y el GATT
(especialmente a partir de la firma de la Ronda Uruguay -1994-
cuando se constituye como Organización Mundial del Comercio (OMC),
que obliga a eliminar progresivamente las restricciones estatales
a la expansión del libre mercado mundial en todos los ámbitos.
En paralelo a estos procesos a nivel global, se intensifica la
ampliación de los llamados mercados regionales planetarios (UE,
TLC, APEC, Mercosur...). Estas tendencias acentúan la extensión y
consolidación de la producción y distribución a gran escala (las
llamadas empresas transnacionales), que domina los mercados
mundiales, y provoca la consiguiente destrucción de la pequeña
actividad productiva tradicional (intensiva en factor trabajo), que
opera en los mercados locales. Lo cual tiene efectos devastadores
para el empleo y las condiciones laborales, tanto en el Norte como
en el Sur del planeta. Las 500 mayores empresas transnacionales son
responsables del 25% del Producto Mundial Bruto (y del 70% del
comercio mundial), pero tan sólo emplean al 1,25% de la población
activa global [Fortune , 1993]. El crecimiento de estos últimos años
es por consiguiente un "crecimiento sin empleo", según las Naciones
Unidas [PNUD , 1993]. Se incrementan pues el paro y la precariedad
en el Norte, y se extiende la exclusión generalizada y la
hiperexplotación en el Sur, y en la década de los noventa también
en el Este.
Todo lo cual genera un salto sin precedentes en los procesos de
urbanización mundial. Hoy en día el 50% de la población del planeta
habita en ciudades[2] [NNUU , 1996]. Este crecimiento es especialmente
importante, en términos cuantitativos, en los países de la
Periferia Sur, mientras que en los países del Norte el crecimiento
urbano adopta fundamentalmente, en este periodo, un componente
espacial (expansión en forma de "mancha de aceite" de las llamadas
regiones metropolitanas) más que poblacional[3]. Todos estos hechos
comportan un desarrollo sin parangón de las necesidades de
transporte motorizado, y en especial de las distancias que recorren
las personas y sobre todo las mercancías. La globalización
económica y el crecimiento imparable de la movilidad motorizada
son, por tanto, dos caras de una misma moneda. Esta explosión
generalizada de nueva demanda de transporte es preciso satisfacerla
con grandes infraestructuras (viarias, portuarias,
aeroportuarias...), que permitan un funcionamiento fluído de un
modelo productivo que tiene una dimensión mundial. Y al mismo
tiempo esta creación de infraestructuras incentiva a su vez los
procesos de globalización, urbanización y extensión de la movilidad
motorizada.
Ello conlleva un elevado coste económico, que acentúa el
endeudamiento de los estados y de las economías en general, un
importante impacto social[4], y un agravamiento sin precedentes de
los impactos ecológicos planetarios. A nadie se le escapa que el
crecimiento incontenible de la movilidad motorizada, y en especial
del transporte por carretera y aéreo[5], los dos modos más
impactantes sobre el entorno ecológico, profundiza los principales
problemas ambientales globales (cambio climático, lluvias ácidas,
ocupación de suelo fértil, pérdida de biodiversidad...); al tiempo
que aceleran el previsible agotamiento de los recursos energéticos
no renovables, en concreto del petróleo, sobre el que se basa de
forma casi exclusiva la movilidad motorizada actual. El petróleo es
el combustible fósil menos abundante, y con el presente ritmo de
utilización su agotamiento se prevé en torno al 2050. Además, "la
curva en ascenso de consumo de crudo se espera que cruce la
(futura) curva en descenso de la producción en algún momento entre
el año 2000 y 2010", ello hará que muy probablemente el coste de
este recurso energético se dispare al alza, hecho que tendrá un
impacto muy importante sobre un modelo alimentario-productivo y
territorial que se basa en la energía barata y en la movilidad
motorizada masiva, hasta el punto de poder llegar a poner en
cuestión la expansión continuada del mismo" [Reese , 1998].
Para poder evaluar el verdadero impacto de la actividad del
transporte sería preciso contemplar la repercusión de la totalidad
del "ciclo productivo: fabricación de vehículos, construcción de
infraestructuras, extracción y procesamiento de combustibles,
circulación de vehículos, mantenimiento general del sistema y
eliminación de vehículos obsoletos y otros residuos". Lo que por
supuesto no se hace de ninguna forma en el enfoque institucional
actual. De esta manera, quedaría meridianamente claro que la
dimensión económica, social y ambiental de la expansión de la
movilidad motorizada es mucho mayor de la que comúnmente se le
supone. Ya que "la generalización del transporte motorizado exige
la utilización de enormes cantidades de materiales y energía, cuya
extracción, transformación y consumo produce grandes masas de
residuos sólidos, líquidos y gaseosos" [Estevan y Sanz , 1996].
Así pues, las tendencias de intensificación de intercambios,
aceleración de los procesos de urbanización[6], y paralelo incremento
de la movilidad motorizada, que se vislumbran como resultado de la
profundización de los procesos de ampliación de los mercados
regionales planetarios y de globalización económica, incidirán en
una creciente insostenibilidad global. En el caso que nos ocupa, el
crecimiento ilimitado del transporte motorizado es incompatible con
el necesario equilibrio ecológico de la actividad humana sobre el
planeta.
Si ya el crecimiento económico continuo (es decir, exponencial) es
imposible, a medio y largo plazo, en un ecosistema finito como es
la biosfera, la evolución de la movilidad motorizada es doblemente
incompatible pues está creciendo a un ritmo bastante superior al
del crecimiento económico. El transporte, pues, se configura como
el "núcleo duro" de la crisis ecológica. En los últimos 50 años el
crecimiento económico se ha quintuplicado a escala planetaria, en
dólares constantes (es decir, descontando la inflación), mientras
que el comercio mundial se ha multiplicado por doce, habiendo
crecido la movilidad motorizada a un ritmo considerablemente
superior [Korten , 1997]. Es ilustrativo señalar como, p.e., el
tráfico mundial de pasajeros y mercancias está previsto que se
multiplique por más de tres en los próximos veinte años (un ritmo
superior al 6% anual acumulativo) [Vidal Beneyto , 1999]; si es que
ello es posible.
Contra ésta sinrazón de la evolución del "libre comercio mundial",
y sus consecuencias económicas, sociales y ambientales, que
ejemplificaba como nada la llamada Ronda del Milenio de la OMC -un
intento de nueva vuelta de tuerca en la aceleración de los
intercambios planetarios-, es contra la que han confluido
recientemente multitud de disidencias en Seattle, bajo el lema "el
mundo no es una mercancía". Pues desde el poder se quiere construir
"un mundo cuya principal y prácticamente única actividad consista
en la circulación acelerada de mercancías" [Amorós, 1999].
Además, es absolutamente impensable la posibilidad de generalizar
el modelo de movilidad motorizada privada del Norte al conjunto del
planeta. "Más del 40% de los coches (existentes en el mundo) están
en EEUU, casi una tercera parte en Europa occidental, un 7% en
Japón y otro 7% en Canadá, Oceanía y Sudáfrica (...) Y tan sólo el
7% de la población mundial posee automóviles (...) ¿Qué pasará en
el siglo XXI cuando el resto del mundo aspire también a estos
privilegios?" [Ward , 1996]. Las proyecciones del Banco Mundial en
cuanto al parque mundial de vehículos y al uso de los mismos (ver
figura 1), indican un crecimiento exponencial del parque mundial y
especialmente de su utilización [WB , 1996]. Sin embargo, todo
parece indicar que la concentración de la movilidad motorizada
privada se seguirá dando prioritariamente en el Norte, en los
países de la OCDE, donde se concentra casi el 90% del parque
mundial de automóviles, pues la creciente preponderancia de la
economía financiero especulativa a escala planetaria, y las crisis
que lleva aparejadas, tienden a agravar las diferencias Centro-Periferias (Sur y Este), así como las desigualdades sociales en el
interior de cada uno de los países, y a erosionar especialmente el
volumen de clases medias en los países periféricos.
Figura 1: Crecimiento estimado de los vehículos en propiedad y del
uso de vehículos a motor desde 1950.
Hace ya una década, en 1990, en un informe encargado por la
Comisión Europea se alertaba que: "desde hace algunos años, Europa
parece haber sobrepasado el punto más allá del cual cualquier
incremento del tráfico es contraproducente. La suma de efectos
negativos parece cancelar los incrementos de riqueza, eficiencia,
confort y facilidad de transportarse que deberían resultar del
crecimiento del volumen de tráfico" [G.T. 2000 Plus , 1990]. Es más,
se llegaba a mencionar que el colapso circulatorio que ya estaba
afectando de forma grave a la República Federal Alemana, y que
había sido caracterizado como 'Verkehrsinfarkt" (infarto
circulatorio), podría extenderse a áreas aún más amplias de la UE.
Además, se señalaba que, en la actualidad, el crecimiento de las
necesidades de transporte motorizado duplica prácticamente la
evolución del crecimiento del PIB. Y se pronosticaban unos
crecimientos del tráfico de mercancías de más del 40% para el
conjunto de la UE para el 2010, en relación con 1990, y de nada
menos que del 300% para el sur de Europa. Más tarde, estas
previsiones han sido modificadas aún más al alza, señalándose una
duplicación del tráfico en todo el espacio comunitario para ese
horizonte, y una cuadriplicación o quintuplicación del transporte
en las relaciones con la Europa del Este [Sanz , 1996] [CEO , 1999].
Sin embargo, ante este estado de cosas, la UE lejos de empezar a
acometer políticas para reconducir el incremento de la movilidad
motorizada, no ha hecho sino echar aún más leña al fuego. Como por
otro lado es lógico, pues la profundización y ampliación del
"proyecto europeo", su incidencia en los espacios limítrofes y la
paralela globalización económica, conllevan la expansión
incontenible del transporte motorizado a todos los niveles.
De hecho, los principales grupos económicos de presión europeos han
forzado este camino. En 1984, la European Round Table of
Industrialists (ERT) publicaba un informe, "Missing Links", en
donde se advertía que para que el Mercado Único alcanzase toda su
potencialidad era preciso acometer la construcción de una serie de
enlaces absolutamente "imprescindibles". Estos enlaces, de enorme
coste económico, eran el Túnel bajo el Canal de la Mancha, el
Scanlink -esto es, la conexión entre Dinamarca y Suecia-, los
nuevos túneles para atravesar los Alpes, y el túnel de Somport-Valle de Aspe, en los Pirineos. La geografía comunitaria es
caprichosa y dificulta (con la existencia de islas, cordilleras u
otro tipo de barreras y discontinuidades) el funcionamiento de un
Mercado Único que se pretende hacer lo más homogéneo y fluido
posible.
Más tarde, justo previo a la cumbre de Maastricht, la ERT (1991),
también, iba aún más allá, pues parecía no tener suficiente, y
demandaba la urgente construcción de las llamadas "Missing
Networks", en donde, entre otras actuaciones, se contemplaba la
ejecución de unos 12.000 nuevos kms de autopistas y autovías de
dimensión comunitaria. Esto es, del orden de un tercio de la red
viaria en funcionamiento de gran capacidad. El razonamiento que se
efectuaba era que las redes de transporte existentes, en especial
las viarias de gran capacidad, eran "escasas", tenían un alto grado
de congestión, y poseían un diseño orientado, en gran medida, a
satisfacer las necesidades de transporte intraestatales,
descuidando la "necesaria" dimensión comunitaria.
"Curiosamente", el propio Tratado de Maastricht recoge esta
exigencia contemplando la creación de las llamadas TEN's (Trans
European Networks)[7]. Las TEN's son un conjunto infraestructuras
comunitarias, de transporte, energéticas y de telecomunicaciones,
asimismo absolutamente "necesarias" para garantizar el
funcionamiento de un mercado europeo progresivamente ampliado y
unificado, en el futuro, aunque con distintas "velocidades", bajo
la hegemonía del euro. Pasos todos ellos "insoslayables" para que
el capital transnacional productivo y financiero europeo pueda
prosperar, en mejores condiciones, en una economía mundial cada día
más globalizada.
Sin embargo, tanto los condicionantes del marco de financiación
comunitario (establecidos en Edimburgo y posteriormente en la
Agenda 2000), como la necesidad de cumplir con los criterios de
convergencia por parte de los estados para acceder al euro, y
posteriormente cumplir el Pacto de Estabilidad (que exigió el
lanzamiento del euro), así como la dificultad adicional para
encontrar financiación privada (mucho más tras el fiasco financiero
del Eurotunnel), está haciendo difícil, por el momento, conseguir
los recursos económicos necesarios para abordar, con la urgencia
que propone la Comisión, la construcción de las TEN's. Y ello a
pesar de que parte de los recortes en el gasto social (calificados
como "improductivos" por el FMI) se están orientado por los
diferentes estados a la construcción de infraestructuras (gastos
"productivos", de acuerdo con el FMI).
Es por eso por lo que desde la Comisión se propone: orientar parte
de los recortes presupuestarios que habrá que abordar en la
Política Agraria Comunitaria, como consecuencia de los acuerdos del
GATT-OMC, hacia la construcción de estas infraestructuras; dedicar
al mismo fin también parte de las reservas de divisas de los bancos
centrales de los países de Eurolandia, que queden liberadas como
consecuencia de la introducción del euro; ampliar las vías de
crédito (a bajo interés) del BEI para estos proyectos, con el fin,
se dice, de propiciar el crecimiento y reducir el desempleo; y
hasta se vuelve a hablar, en las últimas cumbres comunitarias, de
la posible emisión de eurobonos, lo que acentuaría (junto con el
recurso al BEI) el endeudamiento público de cara al futuro.
Asimismo, la batalla presupuestaria en torno a la Agenda 2000 ha
puesto de manifiesto, entre otras cosas, el interés que tienen los
estados ricos de la UE en reducir su contribución a las arcas
comunitarias, entre otros objetivos para poder dedicar más
capacidad de inversión interna hacia la construcción de
infraestructuras.
De cualquier forma, lo que sí está claro es que el coste de este
ingente programa de creación de infraestructuras tendrá que ser
asumido, de una u otra forma, por los ciudadanos de a pie, pues son
éstos los que, principalmente, al final, tienen que hacer frente,
a través del pago de impuestos o tasas de diferente índole, al
gasto o al endeudamiento público o estatal respectivo. Ya que el
capital transnacional, principal beneficiario de la construcción de
las TEN's, consigue eludir crecientemente sus obligaciones (por
otro lado cada vez más limitadas, como consecuencia de las reformas
fiscales en marcha) con las haciendas públicas respectivas. Lo que
redundará en un mayor recorte del gasto social, al tener que
dedicar cantidades crecientes al pago de los intereses de la deuda
pública. Es desde esta perspectiva que cobran significado las
nuevas medidas que se están arbitrando también para ayudar a la
financiación de nuevas infraestructuras, y a su mantenimiento
futuro.
Desde la extensión de la modalidad del peaje en las nuevas vías,
para animar al capital privado a financiar las nuevas inversiones
en infraestructura, a vías de financiación tipo el llamado "modelo
alemán" (que permite pagar las obras una vez finalizadas,
retrasando la ejecución de los pagos, con el fin de poder cumplir
la reducción a corto plazo del gasto fiscal), pasando por el pago
por el uso de la infraestructura a nivel comunitario y, en algunos
casos, la subida del precio de los carburantes. Todo ello permitirá
conseguir nuevos recursos para seguir cubriendo el territorio
europeo de asfalto y hormigón, así como obtener también medios para
hacer frente a unos gastos de mantenimiento en ascenso del conjunto
de la red [CE , 1998]. La paradoja, es que las tasas o impuestos que
se barajan se pretenden vender a la opinión pública con el
calificativo de "ecológicos" [CEO , 1999].
Igualmente, la creación del abultado programa viario de las TEN's,
más la dedicación de muy importantes recursos económicos para las
nuevas conexiones en alta velocidad ferroviaria (se prevé la
construcción de una red de más de 10.000 kms), junto con la
privatización y desregulación de las empresas estatales
ferroviarias correspondientes, puede suponer la progresiva
desaparición del ferrocarril convencional, y en especial su
concepción como un servicio público de amplia cobertura. La
aplicación de criterios de competitividad, y no de interés social
o ecológico, en cuanto a su gestión, puede significar el progresivo
cierre de vías e instalaciones, recorte y deterioro de servicios,
reducción de puestos de trabajo y empeoramiento de las condiciones
laborales de sus empleados. Ello coexistiría con la privatización
de las líneas rentables de pasajeros (y algunas de cercanías
metropolitanas), y la introducción, asimismo, de grandes operadores
privados de mercancías para los principales corredores
ferroviarios. Algo similar aconteció ya en EEUU hace algunas
décadas, si bien se pensaba que existía una situación diferencial
en el viejo continente.
La privatización derivará, también, muy probablemente, en un
deterioro de las condiciones de seguridad del servicio ferroviario,
al estar supeditada su gestión a la obtención del máximo beneficio
en el corto plazo. Este debate se ha disparado en el Reino Unido,
el alumno aventajado de la UE en cuanto a la privatización
ferroviaria, tras el espectacular accidente del año pasado en la
estación de Paddington, que se produjo sobre un trasfondo de
diversidad de accidentes previos. Por otro lado, la seguridad en el
transporte por carretera se ve amenazada por la creciente presencia
de camiones de gran tonelaje, y por las jornadas agotadoras que
tienen que realizar sus conductores (en algunos casos de hasta 50
horas semanales), con el fin de ser competitivos.
De cualquier forma, la Comisión, maestra en la manipulación
ideológica y semántica, presenta constantemente las TEN's bajo
múltiples ropajes "benefactores", con el fin de intentar conseguir
el apoyo social a estos proyectos. Se señala que las TEN's
"contribuirán a la consecución de los objetivos medioambientales
comunitarios" [Bowers , 1995], ayudando a alcanzar el tan deseado
"desarrollo sostenible". Es más, se dice que las TEN's "reducirán
la congestión y la contaminación y ayudarán a lograr un entorno
ambiental más limpio y mejor" [CE , 1995 b]. Se menciona que las
TEN's promoverán una mayor cohesión interregional. Y se insiste,
además, en que las TEN's "mejorarán la calidad de vida de la gente"
y "jugarán un papel importante en la solución del desempleo
estructural" [Rehben y Ballard , 1996]. Este mensaje, de que las
TEN's estimularán la creación de empleo, es el que se ha ido
destilando fundamentalmente, por parte de la Comisión, en los
últimos tiempos (desde el "Informe Delors") [CE , 1993], con el fin
de vender mejor el producto, en un momento en que la principal
preocupación de la población de la UE es el paro. En las últimas
cumbres europeas, la urgencia de la creación de las TEN's se ha
llegado a presentar, pomposamente, como la necesidad de suscribir
un "Pacto de Confianza para el Empleo"; al que curiosamente no
quieren responder los gobiernos de los estados miembros, aquejados
por los problemas presupuestarios más arriba mencionados.
La Comisión intenta presentarse, de esta forma, ante los ojos de la
opinión pública europea como la principal abanderada de la lucha
contra el desempleo, mientras que los estados nacionales quedan, en
ocasiones, como los malos de la película en la persecución de tan
loable fin. Recientemente, la Comisión ha vuelto otra vez a la
carga en la Cumbre extraordinaria sobre el Empleo de Luxemburgo
(noviembre de 1997), planteando (entre otras medidas de carácter
neoliberal) la urgencia de impulsar las TEN's para luchar contra el
paro, y consiguiendo, como se ha señalado anteriormente, nuevas
líneas de crédito del BEI para la creación de estas
infraestructuras, que luego endeudarán a los estados.
Pero la cruda y terca realidad es muy otra. Las TEN's implicarán
que más de 1300 nuevos km2 de superficie quedarán cubiertos
directamente por cemento y alquitrán [Peter , 1996]. Ello sin contar
el crecimiento y dispersión urbana inducida (muy superior, por
supuesto) que generarán. Lo cual disminuirá el suelo fértil
disponible y troceará aún más el territorio, sobre todo los
ecosistemas frágiles, acentuando la ya de por sí muy grave pérdida
de biodiversidad. Eso por no hablar de que afectarán (están
afectando ya) a más de sesenta áreas de gran valor natural
directamente protegidas por las directivas comunitarias (de
protección de aves, de hábitats...), mientras la UE mira
conscientemente hacia otro lado [Bowers , 1995] [Hoedeman , 1997]. Es
más, se propone aligerar los procedimientos de Evaluación de
Impacto Ambiental, para agilizar su urgente construcción[8]. Además,
las TEN's incrementarán sustancialmente las emisiones de CO2 a la
atmósfera, debido al aumento del tráfico que propiciarán, haciendo
imposible la consecución de los objetivos de estabilización y
posterior reducción de estas emisiones [Rehben y Ballard , 1996]; a
los que, al menos formalmente, y de cara a la galería, se ha
comprometido, a nivel internacional, la UE. La ejecución de las
TEN's acentuará otra serie de desastres medioambientales a medio y
largo plazo, con importantes efectos negativos sobre la salud y la
vida de las personas[9]. Por último, las TEN's agravarán aún más las
consecuencias de esa "guerra de baja intensidad" [Estevan y Sanz
, 1996] que es la elevada siniestralidad del tráfico viario, que
aparte del drama humano que significa, supone un elevadísimo coste
económico para el sistema sanitario público.
Por otro lado, las TEN's, lejos de propiciar la creación de empleo,
fomentarán una aún mayor destrucción y precarización del mismo. Su
realización (única fase en que se crea un pequeño volumen de empleo
de carácter precario) posibilita la expansión, aún mayor, de la
gran producción y distribución, que opera en el mercado comunitario
y mundial, de elevada productividad y alto componente tecnológico,
y por consiguiente parca en empleo. En detrimento de la pequeña y
mediana actividad productiva tradicional, más intensiva en factor
trabajo, vinculada a los mercados locales o regionales. Además,
"las nuevas carreteras de alta capacidad, y otras infraestructuras
de transporte de alta velocidad, inducen a las grandes compañías a
centralizar la producción (cerrando otras plantas), lo que afecta
a las economías locales y los empleos" [Hoedeman , 1996 b]. Entre
1991 y 1996 el tráfico de mercancías creció un 30 % en la UE, al
tiempo que el paro sufría un incremento en un porcentaje similar
[Hoedeman , 1997].
El bajo coste del transporte por carretera, ha permitido a la
industria racionalizar la producción en un menor número de centros
(destruyendo empleos locales), con redes de distribución comercial
que cubren áreas muy amplias. Todo lo cual tiene efectos muy
negativos sobre el volumen general de empleo, y sobre su
distribución espacial (lo que acentúa las diferencias regionales),
al tiempo que provoca un incremento de la distancia a la que tienen
que desplazarse las mercancías. La reubicación de las empresas
tenderá a producirse en las regiones mejor conectadas y más
accesibles (en general, en el llamado "Plátano Dorado"[10]), o con
ventajas competitivas. Aparte de aquellas que decidan deslocalizar
su producción fuera de la UE, en especial hacia los espacios
periféricos más cercanos.
Este crecimiento de los kilómetros a recorrer por las mercancías es
especialmente cierto en el caso de los productos alimenticios. La
Política Agraria Comunitaria exacerba la distancia a la que hay que
transportar los alimentos que finalmente consumimos, como
consecuencia de la producción en gran escala y la especialización
productiva espacial que se impulsa [Paxton , 1994]. "Un estudio del
Wuppertal Institute de Alemania ha calculado las millas de
transporte de los ingredientes de un yogourt -desde las fresas a la
leche, pasando por el recipiente-. Aunque todos estos componentes
podrían haberse producido en un entorno de 50 millas, de hecho
fueron transportados más de 7000 millas" [Norberg-Hodge , 1996 b].
La distancia a recorrer por las mercancías se incrementarán aún más
en el futuro, como resultado de la ampliación de la UE a los países
del Este, la creación del área de libre comercio para el conjunto
de los países del Mediterráneo para el 2010, y la profundización
del libre comercio mundial que propugna la OMC, y la Ronda del
Milenio que intenta promover dicha organización. Cuyo inicio quedó
bloqueado en Seattle por las protestas callejeras, la rebelión de
los países de la Periferia, y las diferencias de criterio entre
EEUU y la UE. De esta forma, naranjas que antes llegaban a los
mercados europeos desde Valencia, procederán cada vez más de
Marruecos o Israel. Los plátanos de Canarias serán progresivamente
sustituidos por los de Colombia y Centroamérica. Muchos productos
manufacturados o agrícolas provendrán de los espacios del Este o
del Sur del Mediterráneo, donde su producción será más barata. O
incluso de mucho más allá, como consecuencia de los procesos de la
globalización económica y la desregulación del comercio mundial.
Y es por eso por lo que la proliferación de propuestas de creación
de grandes infraestructuras de transporte se plasma por doquier. El
faraónico enlace entre Africa y el subcontinente europeo en el
estrecho de Gibraltar. Importantes redes viarias para conectar los
países del Magreb con dicho enlace. La variedad de costosas nuevas
conexiones, principalmente viarias, que se están propugnando con (y
dentro de) los países del Este, al tiempo que se procede al
desmantelamiento y privatización de gran parte de las instalaciones
y servicios ferroviarios en dicho ámbito. El BERD (Banco Europeo
para la Reconstrucción y Desarrollo) y el BM, que impulsan estas
políticas (secundados crecientemente por el BEI), están concediendo
ingentes créditos a los países del Este y del Norte de Africa, que
incrementarán aún más su ya abultada deuda externa, para que
conecten sus territorios con el mercado comunitario, con el fin de
que las grandes empresas occidentales (entre ellas especialmente
las europeas) se puedan beneficiar de la ubicación de su producción
en unos espacios económicos con una abundante fuerza de trabajo,
que tiene un precio irrisorio sin prácticamente ningún tipo de
regulación laboral.
A pesar de todo, los efectos negativos del transporte motorizado,
y en concreto del transporte viario, quedan en general ocultos para
la opinión pública. Ello es resultado de los patrones culturales
dominantes, de la fuerte presión mediática que se ejerce por parte
de la industria del automóvil, y de la carretera en general, y de
la propia política de las instituciones públicas. En la sociedad
actual, se valora el transporte (en especial el privado) y la
velocidad como bienes en sí mismos que conviene acrecentar. El más
lejos y el más deprisa, se imponen como valores indiscutibles.
Parece como si sólo importara vivir para moverse. Al tiempo que la
publicidad nos bombardea diariamente con anuncios de vehículos de
gran potencia y gran número de prestaciones, símbolos de status y
poder social. En este contexto cultural, artificialmente construido
por las instituciones y los mass media, los efectos negativos se
presentan, en todo caso, como sacrificios "marginales", necesarios
para alcanzar una movilidad motorizada privada "generalizada" que
se considera positiva en sí misma.
Pero esta movilidad motorizada privada, aún en la propia UE, ni es
universal, pues gran parte de la población no tiene coche ni carnet
de conducir, en especial las mujeres; o no puede acceder al mismo
por cuestiones de edad, discapacidad o disponibilidad. Ni es
equitativa, pues los sectores de rentas más altas disfrutan de una
movilidad motorizada sustancialmente superior. Ni mucho menos es
sostenible. Y, además, el desarrollo de esta movilidad, que ejercen
fundamentalmente determinados sectores sociales, étnicos, de género
y de edad, repercute en un paralelo deterioro de la accesibilidad
y movilidad de extensos ámbitos de población (niños, ancianos,
mujeres, y colectivos étnicos sin ciudadanía europea -convenio
Schengen-) en su vida diaria [Estevan y Sanz , 1996] [Whitelegg
, 1996 b].
Como parte de la política de Relaciones Públicas de la CE, se
intentan presentar determinados programas como el Auto-Oil, de
establecimiento de estándares más estrictos para automóviles y
combustibles, que se ha estado negociando durante años, como la vía
más adecuada para reducir la contaminación. Pero este programa,
como ya ha sido denunciado desde diversos sectores, y en especial
por la Federación Europea de Transporte y Medio Ambiente (boletín
de agosto/septiembre 1998), está claramente sesgado por los
intereses de la industria del automóvil y del petróleo; la
Federación llegó a decir que "se respetan más las necesidades de la
industria que la salud pública". De hecho, los estándares fueron
negociados entre la Comisión y la Industria, exagerando ésta los
costes de introducir una tecnología más limpia. Y hasta el
Parlamento Europeo y el Consejo de Ministros rechazó, en primera
instancia, la propuesta de la Comisión por considerarla muy débil.
De cualquier forma, el incremento previsto de la movilidad
motorizada arrasará los tímidos avances que se puedan conseguir con
este programa [CEO , 1999].
En el programa Auto-Oil no se contemplaba la reducción de emisiones
de CO2 por vehículo, cuya disminución se dejaba a acuerdos
voluntarios con la Industria. En 1998, la Comisión alcanzó un
acuerdo voluntario con el lobby de presión del sector del
automóvil, la European Automobile Manufacturers Association, que
fue calificado por la Federación Europea de Transporte y Medio
Ambiente, como "un fuerte retroceso en los esfuerzos para combatir
el cambio climático" (boletín de agosto/septiembre de 1998). De
cualquier forma, debido a la necesidad imperiosa de expansión de
movilidad motorizada, las emisiones de CO2 del sector transporte
crecerán algo más del 30% actual en el conjunto de las emisiones de
la UE, al 45% para el 2010, dentro de un consumo energético total
en constante expansión. Las emisiones de CO2 del sector transporte
crecerán en este periodo un 40%, a pesar de las reducciones de las
emisiones por vehículo que se contemplan [CE , 1995] [CEO , 1999].
Estas previsiones harán de todo punto imposible cumplir con los
tímidos acuerdos de Kyoto, para intentar domesticar el cambio
climático en marcha; la UE se comprometió en la ciudad japonesa a
reducir sus emisiones en un 8% para el 2008-2012, respecto de las
emisiones de 1990.
Se están consolidando unas regiones metropolitanas cada vez más
dependientes del uso del automóvil. Esto puede ser un importante
handicap, no ya sólo para reducir el impacto ambiental de estas
conurbaciones, sino para hacer frente a futuros escenarios de
creciente precariedad, paro y exclusión, en el que sectores cada
día más importantes de la población ven dificultada su posibilidad
de acceso y utilización al vehículo privado, por el progresivo
coste económico que ello supone. Máxime en un contexto en que la
capacidad adquisitiva de estos sectores tiende a disminuir. Lo cual
puede verse agravado, aún más, si se produce un incremento de los
precios del petróleo en los mercados mundiales, como es probable
que ocurra, y como de hecho ha ocurrido ya recientemente, conforme
nos vayamos acercando a escenarios de creciente escasez y
progresivo coste de extracción del crudo.
Por otro lado, las tendencias de dispersión del crecimiento urbano
están derivando en una creciente crisis de los sistemas de
transporte colectivo metropolitanos. Estos ven como se disparan sus
déficits de explotación, lo que demanda crecientes ayudas
estatales. Dicha tendencia se está produciendo en el último cuarto
de siglo, en paralelo con los procesos de globalización,
suburbanización y expansión de la movilidad motorizada privada. En
un estudio encargado por la propia CE se comenta que "si se echan
las cuentas completas, es decir, si se suman los gastos públicos y
privados que absorbe el sistema de transporte urbano, la ciudad del
automóvil puede llegar a ser cinco veces más costosa que la ciudad
sin coches, incluso sin llegar a contabilizar, ni intentar
monetarizar (si es que ello es factible, que no lo es), los efectos
ambientales de la ciudad automovilizada" [Ciuffini , 1991].
Las tendencias de crecimiento poblacional y en concreto de
expansión territorial de las grandes regiones metropolitanas
europeas, y su interconexión en muchos casos formando extensas
megalópolis (especialmente en los espacios centrales de la UE, y
muy concretamente en el llamado "Plátano Dorado"), se verán
seguramente acentuadas por las TEN's. Pues las TEN's, agravarán y
acelerarán la creciente desertización de lo poco que aún queda de
vida rural en Europa [Doherty , 1996], profundizando, según reconoce
la propia Comisión Europea [CE , 1994] las desigualdades
territoriales. Todo lo cual hará que se incremente el espacio
tocado por el proceso urbanizador y las necesidades de transporte
motorizado. Las proyecciones existentes auguran pasar del 79% de la
población total viviendo en zonas urbanas de mediados de los 90, al
83% para el 2005 a nivel comunitario [CE , 1994]. Y eso a pesar de
que la UE es ya hoy en día el espacio más urbanizado del planeta.
La población activa agraria comunitaria (el 5% del total) tenderá
a alinearse con la existente en EEUU (menos del 3%) [Fernández
Durán , 2000].
Las dinámicas de especialización espacial económica y productiva se
acentuarán con la introducción del euro, produciéndose una
dualización progresiva del territorio, con regiones que evolucionan
hacia una alta densidad y otras hacias unas densidades bajas o muy
bajas, debido a la marginación que experimentarán algunas áreas o
regiones [CE , 1994]. Aparte de las posibles crisis asimétricas que
puedan generarse, sobre las que ya ha alertado el Parlamento
Europeo. Se reforzarán pues en el futuro los modelos de
urbanización ya dominantes, pero "no todos los pueblos y las
ciudades encontrarán su nueva situación tan ventajosa como la
anterior" [RMOTUE , 1997]. Así, "es probable que las áreas
metropolitanas ubicadas en nudos estratégicos, bien equipados y
conectados adquieran una influencia considerable a expensas de los
centros urbanos más periféricos, peor equipados y conectados".
Igualmente, "las ciudades de tamaño medio sitas en el centro del
territorio de la Unión sacarán mayor provecho de la integración
europea que las ciudades de la periferia" [CE , 1997 a]. "Y esta
competición puede generar una polarización entre 'ciudades
perdedoras' y 'ciudades ganadoras'". [RMOTUE , 1997].
"Lo más preocupante del transporte (...) no es la dimensión que ha
alcanzado esta actividad, sino la velocidad a la que ha venido
creciendo, y a la que tiende a crecer en el futuro". A lo largo de
las dos últimas décadas, se denota también la existencia de una
"Triple A" del transporte -Automóvil, Avión y AVE- "que concentra
los más altos costes económicos y los más elevados efectos
ambientales. Los medios de locomoción que forman parte de esa
Triple A son, precisamente, los más favorecidos por las políticas
llevadas a cabo en los últimos años y los que han absorbido el
mayor incremento de la movilidad en las dos últimas décadas"
[Estevan y Sanz , 1996]. Mientras que se ha ido marginando
conscientemente el papel que juega el ferrocarril convencional, el
menos impactante desde el punto de vista ambiental.
Entre 1970 y 1998, el tráfico de viajeros por carretera y el
tráfico aéreo de viajeros se multiplicaron entre cinco y cinco
veces y media. El transporte de mercancías por carretera se
multiplicó en el mismo periodo por unas cuatro veces y media. Como
contraste, el tráfico ferroviario se ha mantenido prácticamente
estancado desde los años setenta, con tendencia a la baja en los
últimos años; salvo el segmento del tráfico ferroviario de
cercanías de las grandes ciudades que ha experimentado un
importante incremento los últimos años y, por supuesto, el AVE
Madrid-Sevilla, que empieza a funcionar en 1992. La intensificación
de la movilidad motorizada y el predominio de la carretera sobre el
ferrocarril, se inicia desde mediados de los cincuenta y se afianza
de manera meridiana desde entonces (ver figura 2). Ello coincide,
no por casualidad, con la creciente apertura de la economía
española a la economía mundo (Plan de Estabilización), que se va
intensificando desde entonces, y con la paralela aceleración de los
procesos de urbanización que se produce en gran medida a
consecuencia de ello[11]. Por el contrario, en el mismo periodo
(1970-1998) la población española creció menos de un 15%, mientras
que la economía, medida a través del PIB, en términos reales, se
incrementó en torno a dos veces y media. Y el volumen general de
empleo, en términos absolutos, se mantuvo prácticamente constante.
Dicho crecimiento de la movilidad ha sido muy intenso desde
mediados de los ochenta, y especialmente en la segunda mitad de los
noventa [Estevan y Sanz , 1996] [Ministerio de Fomento , 1998 a y b]
[Fernández Durán , 2000].
Figura 2: Tráfico de viajeros y mercancías 1870-1998.
Por otro lado, durante esos años (1970-1998), el parque de
automóviles se multiplicó por más de seis. En la actualidad el
nivel de motorización español supera al de Dinamarca e Irlanda, es
similar al del Reino Unido, Japón o Noruega, y está cercano a la
media comunitaria, aunque todavía es menor al de Francia y sobre
todo Alemania [Galán , 2000]. En el último año, 1999, la venta de
automóviles ha pulverizado todos los récords previos (más de 1,4
millones de vehículos), creciendo casi un 20% sobre el año
anterior; el incremento en las ventas de vehículos todo terreno fue
de más del 31%, es decir, aún más espectacular [EL PAIS , 8-1-2000].
Esta tendencia se ha visto aupada por la boyante situación
económica de las rentas medias altas y altas, que juegan en bolsa
(8 millones de participes, de fondos de pensiones y de inversión),
y por las medidas de apoyo al sector como el Plan Prever, entre
otras. Aún así, del orden de un tercio de los hogares españoles no
tenía acceso al vehículo privado a primeros de los noventa [MAS
, 1993], porcentaje que se mantiene sin grandes variaciones desde
entonces. Cuando aumenta la motorización lo que se incrementa es el
porcentaje de hogares con más de un vehículo.
Al mismo tiempo, el resultado del gran esfuerzo inversor realizado
desde mediados de los ochenta, es que "la extensión de red de
carreteras de alta capacidad (autopistas y autovías) ha alcanzado
la de países como Francia o Italia, está próxima a la de Alemania
y supera de lejos la del Japón y el Reino Unido" [Estevan y Sanz
, 1996]. Se ha pasado de 71 km en 1960, 203 en 1970, unos 2.000 km en
1980, y 5100 kms en 1990, a más de 9000 en 1998 [Galán , 2000]. Es
decir, el presunto desfase en cuanto a la movilidad y, sobre todo,
en lo que se refiere a la red viaria de gran capacidad, no es tal
ni mucho menos. Y los problemas de sobremovilidad que atenazan a
otros países de Centro, en concreto al territorio centroeuropeo,
están afectando ya a numerosas zonas del país, a ciertos corredores
de gran intensidad de tráfico, y especialmente a los espacios
altamente urbanizados. En gran medida, allí donde más inversiones
en infraestructuras de transporte, en concreto viarias de alta
capacidad, se han realizado a lo largo de los últimos tiempos.
Estas inversiones se han orientado a completar la red viaria radial
de alta capacidad, y a mejorar las conexiones con el arco
mediterráneo, y a todo lo largo del mismo, del Valle del Ebro y de
la Cornisa Cantábrica, así como transversalmente (Este-Oeste) en
Andalucía Occidental. Y una parte muy considerable se ha dedicado
desde finales de los ochenta, a las cinco mayores concentraciones
urbanas, destacando las inversiones que absorben Madrid y
Barcelona, que han supuesto las dos terceras partes del mismo.
Dentro de este marco, y aunque el grueso de la inversión se destina
al sistema viario de gran capacidad (y en especial a los cinturones
de circunvalación y nuevos accesos), se incluye también una
inversión muy considerable en ferrocarril de cercanías y,
especialmente, Metro; la inversión en Metro no sólo se realiza en
Madrid y Barcelona, sino igualmente, por primera vez, en Bilbao y
Valencia. Inversiones que se relacionan con las tendencias de
dispersión poblacional periférica y reestructuración terciaria de
las áreas centrales, con el fin de garantizar los fuertes flujos
domicilio-trabajo que ello genera [Fernández Durán , 1993 y 2000].
Destaca también la inversión realizada por los principales
ayuntamientos en facilitar el acceso del automóvil a los centros
urbanos, a través de la construcción de pasos elevados y
subterráneos, resaltando por encima de todos ellos el caso de
Madrid. Así como la política que impulsan de creación generalizada
de aparcamientos en los centros de las ciudades, que, aparte de
suponer un muy sustancioso negocio privado y público, incentiva
adicionalmente la movilidad en vehículo privado hacia las áreas
centrales[12]. En paralelo, se socavan las tímidas políticas a favor
del transporte colectivo, y de domesticación del uso del automóvil,
que se habían aplicado a finales de los setenta y primeros ochenta
como resultado de la crisis energética y la situación existente
durante la transición política. La euforia económica que se desata
tras el ingreso en la CE, el fuerte crecimiento del parque
automovilístico en dicho periodo (las matriculaciones anuales se
duplican entre el 85 y el 89), y la bajada del precio de los
combustibles en esos años (que se reduce en un 40%, en pesetas
constantes, respecto del principio de la década), están en la base
de este fuerte cambio de orientación de la política de transporte,
que redunda en un acusado deterioro de la calidad de vida urbana
[Fernández Durán , 1993 y 2000].
Es decir, las costosas inversiones en infraestructura de transporte
se han destinado a impulsar el crecimiento (y reestructuración) de
las principales regiones metropolitanas y a garantizar
primordialmente las conexiones entre las grandes concentraciones
urbanas, así como a aquellas regiones donde se concentra el
crecimiento económico, al tiempo que se reforzaba la capacidad de
los grandes ejes de relación internos y externos (es decir, de
conexión con la UE; algunos como parte de las TEN's). La capacidad
inversora se multiplica por seis, en pesetas constantes, desde
principios de los 80 a finales de la década [Bello Carro , 1991], y
desde entonces ha continuado a un elevado ritmo, especialmente en
la segunda mitad de los noventa. Dicha inversión procede
fundamentalmente del Estado pero también de las diferentes
comunidades autónomas. Y sobre esta capacidad inversora inciden, de
forma adicional, las importantes ayudas para la creación de
infraestructura provenientes de la UE, a través de los fondos
estructurales y de cohesión[13]. El dinero que llegaba de Bruselas se
ha utilizado, entre otras actuaciones, desde para cerrar el tramo
más impactante de la M-40 a través del Monte de El Pardo, hasta
para ampliar el aeropuerto de Barcelona, pasando por la
financiación de la polémica autovía de Leizarán o del controvertido
enlace Madrid-Sevilla en alta velocidad. Eso sí, contando todos
ellos con el preceptivo informe de impacto ambiental.
Mientras que se dedicaba (y se dedica) una importantísima inversión
al AVE, hecho que detraía cuantiosos recursos para la mejora del
ferrocarril convencional, y lo endeudaba[14], se producía, en
paralelo, un sustancial recorte en el personal laboral de Renfe (de
80.000 trabajadores a primeros de los ochenta, a menos de 35.000 en
la actualidad), se cerraban líneas (más de 2000 kms), se reducían
y abandonaban servicios, y se degradaba la infraestructura (por
falta de inversiones de mantenimiento) en gran parte de lo que no
es la llamada Red Básica (es decir, aproximadamente la mitad de los
más de 12.000 kms de la Red Renfe), con el riesgo que ello supone
de que desaparezca el servicio ferroviario a medio plazo fuera de
la misma (CGT, 1999). Al mismo tiempo, la mejora en los tiempos de
recorrido por autobús entre los principales núcleos urbanos, como
resultado de la fuerte inversión en autopistas y autovías, las
tarifas en general bastante más baratas del transporte por
carretera, y la falta de voluntad política para invertir estas
tendencias, han ido erosionando, paralela y gravemente, la cuota de
mercado del ferrocarril en lo que al servicio de pasajeros se
refiere. Especialmente en largo recorrido y servicios regionales.
Por otro lado, la considerable inversión en transporte público, en
Cercanías y Metro, en las principales aglomeraciones urbanas, no ha
logrado detener la tendencia a la progresiva pérdida de peso de
éste dentro del conjunto de la movilidad motorizada metropolitana;
donde crecen claramente los viajes en vehículo privado,
especialmente en las crecientes relaciones que existen entre las
periferias metropolitanas. Si bien se logra cambiar la tendencia a
la pérdida de viajeros, como consecuencia de la creación de los
consorcios metropolitanos de transporte, los abonos de transporte,
el billete joven y de tercera edad, etc. En gran parte, porque los
poseedores de este tipo de tarjeta utilizan el transporte colectivo
para viajes de muy corto recorrido que antes realizaban andando.
Sin embargo, el Metro de Madrid, p.e., a pesar de su extensa
longitud actual, 136 kms en 1998 (56 de los cuales se han
construido en los últimos cuatro años), transportaba menos viajeros
en dicho año que en 1970 (440 millones pasajeros-año frente a unos
500 millones), cuando la red tan sólo alcanzaba 54 kms; es decir,
una red dos veces y media menor [Ministerio de Fomento , 1998 a y
b]. Esta mayor longitud de las redes, junto con la mayor longitud
de los trayectos a realizar (en especial en Cercanías ferroviarias,
que experimentan un fuerte crecimiento), la concentración de los
viajes en puntas más acusadas, y el creciente nivel de congestión
que tiene que soportar el transporte colectivo de superficie,
disparan los costes de explotación y agravan los déficits de
explotación de los sistemas de transporte colectivo urbanos y en
concreto metropolitanos. Déficits que tienen que ser cubiertos con
cargo al erario público.
En paralelo, la movilidad peatonal se va reduciendo paulatinamente,
por los cambios que se producen en la configuración de las regiones
metropolitanas, que incrementan la longitud de los viajes a llevar
a cabo, y por las políticas de transporte que se aplican, en las
que ni los viandantes, ni mucho menos los ciclistas, gozan en
general de ninguna prioridad. En el caso del área metropolitana de
Madrid, el porcentaje de viajes andando ha caído del 54% del total,
en 1974, al 33%, en 1996 [CTM , 1997]. Ello es un reflejo, entre
otras tendencias similares, de que la distancia para ir al trabajo
en esta conurbación se ha duplicado entre 1970 y 1996 [Díaz , 1999].
Poco a poco, los peatones y (mucho más los) ciclistas, se van
considerando como un peligro para la circulación. Por el contrario,
en otros países europeos, y a pesar de la explosión de movilidad
motorizada, se asiste, desde hace años, en general, a una mayor
consideración hacia los medios de transporte no motorizados, al
menos en el interior de las ciudades. También como consecuencia de
la mayor sensibilidad y presión social que se da respecto a estos
medios de transporte.
Indudablemente, todo esto se traduce en un creciente consumo
energético. En los países de la UE el sector transporte es, como se
ha apuntado, el responsable de aproximadamente el 30% del total de
energía consumida. Una cifra de por sí ya muy abultada. Sin
embargo, en el Estado español el peso sobre el consumo total de la
energía final directa empleada por el transporte es aún mayor, se
aproxima al 40%. Ello es así, por la menor base industrial, por las
necesidades más reducidas de calefacción, debido al clima, pero
también por la promoción que han experimentado los modos más
consumidores de energía y el menor papel del ferrocarril, sobre
todo en lo que al transporte de mercancías se refiere, en
comparación con la media europea; del orden de cuatro veces menor
[Ministerio de Fomento , , 1998]. Sin embargo, si se considera el
ciclo del transporte en su totalidad, y no sólo la energía
utilizada para impulsar los vehículos, resulta que en torno a la
mitad de la energía final consumida en todo el territorio español
se destina, directa o indirectamente, a la "producción" del
transporte [Estevan y Sanz , 1996]. Algo asombroso, en cuanto a su
magnitud, que parece desconocerse.
Si bien no es de extrañar que así sea, pues se ha estado impulsando
una expansión constante de la movilidad motorizada, sustentada
además en los medios más energívoros. En las condiciones que se dan
dentro de la geografía española, "el transporte por carretera,
considerado globalmente, se mueve en un entorno de consumo[15] doble
(de energía) que el ferrocarril (convencional), mientras que el
modo aéreo se mueve en un entorno de consumo más de tres veces
superior". El consumo unitario del AVE se sitúa en un nivel tan
sólo ligeramente inferior al del avión. Confirmándose, en cualquier
supuesto, el automóvil como el menos eficiente de todos los medios
de transporte desde el punto de vista energético (ver figura 3)[16].
"Esta ineficiencia alcanza extremos insospechados en el caso de los
vehículos de gran cilindrada -y los llamados 4X4- (cuyo parque ha
experimentado un crecimiento espectacular tras el ingreso en la CE)
(...), (que manifiestan un) nivel de consumo (...) casi dos veces
superior al del avión" [Estevan y Sanz , 1996].
Figura 3: Consumo energético por modo de transporte de viajeros.
Las consecuencias medioambientales de la expansión del actual
sistema de transporte y del consumo energético que ello supone son
patentes. Es conveniente resaltar, una vez más, que el transporte
es uno de los sectores que más contribuye a las emisiones de CO2,
y por lo tanto que más refuerza el efecto invernadero,
contribuyendo al tan temido cambio climático. Por otro lado, las
infraestructuras de transporte implican el consumo de una gran
cantidad de espacio, e impulsan un crecimiento urbano-metropolitano
en "mancha de aceite", que devora gran cantidad de suelo. Todo lo
cual disminuye el suelo agrario de calidad disponible, pues
normalmente las infraestructuras de transporte se localizan en los
fondos de valle, afectan a cursos de agua y escorrentías, y
subdividen aún más el territorio, sobre todo los ecosistemas
frágiles, acentuando la de por sí grave pérdida de biodiversidad.
Estas tendencias acentúan la alteración del paisaje, no sólo porque
lo vuelve cada vez más artificial, degradándolo, sino porque
asimismo aceleran las tasas de erosión, muy pronunciadas ya en el
espacio español.
En el caso del AVE, las exigencias de trazado para conseguir altas
velocidades (radios de curvatura muy amplios, pendientes muy
suaves...), le hacen, aparte de otras consideraciones,
especialmente inapropiado en amplias zonas del Estado español donde
la orografía es muy movida, y por lo tanto su trazado ocasionaría
importantes impactos, aparte de encarecer su coste al no poder
adaptarse al terreno (necesidad de ejecutar gran número de túneles,
desmontes, viaductos...). Además de los impactos ambientales,
existen otros efectos "externos" que normalmente se silencian, se
enmascaran, o se presentan como sacrificios necesarios a realizar
para acceder al altar del "progreso", a la hora de abordar el
análisis del sector transporte.
En lo que se refiere a los accidentes de tráfico, "la situación
española es una de las peores del continente y además está -en este
caso sí- verdaderamente alejada de la que presentan los principales
países europeos". Desde finales de los cincuenta, esta "guerra de
baja intensidad (...) se ha cobrado más de 200.000 vidas humanas y
ha dejado malheridas a más de tres millones y medio de personas. La
guerra civil ha pasado al segundo lugar como causa de muertes
violentas en España durante el siglo XX (...) La cultura del
automóvil ha logrado imponer (...) la legitimación y la aceptación
social de la inseguridad en su más cruda expresión" [Estevan y
Sanz , 1996]. En este terreno, el Estado español en los ochenta
caminó en dirección contraria al resto de los países de la UE
-salvo Grecia-, pues incrementó claramente su número de accidentes
(al contrario que la mayoría, que los redujo), situándose entre el
pequeño número de países con mayor tasa de siniestralidad y
mortalidad. El número de automovilistas muertos en el último cuarto
de siglo casi se ha triplicado.
En los noventa parece que la tendencia se ha estabilizado (en
cuanto al número de muertos), si bien la situación de la
accidentabilidad y siniestralidad en carretera adquiere una enorme
gravedad. De cualquier forma, "el coste en vidas humanas del
automóvil es intolerable (equivalente a un accidente ferroviario a
la semana con 2800 heridos y más de 100 muertos), y no sería
aceptado tan pasivamente por la población sin una poderosa cultura
del coche" [Díaz , 1999].
El Director General de Tráfico señalaba, en una comparecencia en el
Senado, que "los accidentes de tráfico constituyen la principal
causa de muerte natural en España; (...) y la primera causa de
muerte, incluida la natural, en el tramo de edades comprendido
entre los 18 y los 25 años; y (...) que los accidentes constituyen
la principal causa de minusvalías y discapacidades de la población
de nuestro país; (pudiendo ser responsables de hasta el 80% de las
mismas)". Una parte considerable de las víctimas de esta "guerra de
baja intensidad" son inocentes, los peatones y ciclistas[17]. De esta
forma, y rizando el rizo, los medios de transportes no motorizados
son acusados de ser especialmente "peligrosos". Esta escalofriante
realidad, aparte de suponer un tremendo drama humano, personal,
familiar y colectivo, implica un coste económico impresionante para
el sistema de salud pública, que algunas fuentes habían evaluado en
más de un billón de pesetas anual, a principios de los 90 [Estevan
y Sanz , 1996]. Si bien ello colabora, paradójicamente, a
incrementar las cifras del PIB.
Igualmente, el transporte contribuye de forma decisiva al deterioro
de la salud. Muchos elementos y compuestos contaminantes emitidos
a la atmósfera por la circulación de vehículos tienen importantes
efectos sobre la salud humana[18]. Todos ellos tienen consecuencias
más o menos graves, según las concentraciones, pudiendo en
ocasiones llegar a ser mortales, e inciden sobre los desórdenes
cardiacos, el sistema nervioso, el aparato respiratorio, las
irritaciones, náuseas y dificultades de respiración, y la
aceleración de los procesos cancerígenos. Además, en las grandes
ciudades, en torno al 50% de su población está sometida a niveles
de ruido superiores a 65 decibelios, debido al tráfico. Hecho que
tiene graves repercusiones fisiológicas, psicológicas y
sociológicas [Whitelegg , 1996 a].
Figura 4: Red de gran capacidad. Situación y programación.
Estas medidas se complementarían con significativas, y costosas,
mejoras y ampliaciones de los principales puertos y aeropuertos,
construcción de nuevos aeropuertos (León, Logroño...), así como
la creación de grandes áreas logísticas en los entornos de dichos
nodos y en las grandes concentraciones urbanas. Algunas de estas
propuestas están recogidas en las TEN's. Ello mejoraría las
posibilidades de acceso de los productos comunitarios (y
globales) a todo el sistema de ciudades español, donde está la
capacidad de compra principal, al tiempo que garantizaría la
salida hacia los mercados europeos y mundiales de aquella
producción más competitiva. Está previsto crear una importante
red de alta velocidad ferroviaria de más de 3000 kms (en gran
medida dentro de las TEN's), para esa fecha también, que
enlazaría entre sí las mayores conurbaciones, principalmente de
la mitad este peninsular[19]. La inversión interurbana prevista
para todo ello se sitúa en más de 10 billones de pesetas, aparte
de la que se contempla en los diferentes espacios metropolitanos
(unos cuatro billones). Esto es, una cifra verdaderamente
espectacular. Si bien estas cifras se revisan continuamente al
alza.
En lo que se refiere al ferrocarril convencional, la
concentración de las inversiones en la alta velocidad ferroviaria
(y ancho europeo, a 25.000 voltios) supondría, aparte de la
subida de tarifas, muy probablemente el fin, al menos, de más de
la mitad de la red actual (de ancho ibérico, a 3000 voltios).
Esto es, de la llamada red secundaria que alcanza casi a 6000
kms; es decir, la de menos tráfico. Pues la dedicación de las
inversiones a dichos corredores, está hipotecando la inversión
necesaria para el mantenimiento del conjunto de la red
convencional, sumándose a ello los problemas de interoperatividad
entre ambas redes [Estevan y Sanz , 1996]. Ello redundaría en
dejar posiblemente sin servicio ferroviario, a medio plazo, a
gran número de ciudades medias, principalmente de la "España
interior" (las dos Castillas y Extremadura), del noroeste
peninsular (Galicia, Asturias y Cantabria)[20], y de Andalucía
oriental. Lo que agravaría la decadencia de los núcleos urbanos
que se localizan en esas zonas. Además, la alta deuda acumulada
por Renfe, del orden de un billón de pesetas, y el que deban de
cesar en unos años las subvenciones al ferrocarril, tal y como
demanda Bruselas, acelerarían este abandono (planificado) de la
red convencional. Ello coexistiría con la privatización de las
líneas rentables de larga distancia de pasajeros (y algunas de
cercanías metropolitanas), la enajenación del patrimonio de suelo
de Renfe (para ayudar a enjugar la deuda), y la introducción,
asimismo, de grandes operadores privados de mercancías para las
principales conexiones ferroviarias. Exigencias que, por otro
lado, se derivan de la creación de un mercado único del
transporte ferroviario a escala comunitaria. Si bien los procesos
de privatización de Renfe se están dilatando en el tiempo, por la
elevada conflictividad laboral existente contra dichos planes.
En definitiva, la política de transporte reforzará las tendencias
territoriales de concentración urbana y metropolitana, y paralelo
vaciamiento rural. Pues la creación de una amplia red viaria de
alta capacidad a escala estatal no incidirá en un crecimiento
espacial más homogéneo, sino que, como la propia Comisión Europea
reconoce [RMOTUE , 1997], reforzará el "efecto succión" y agravará
aún más las diferencias regionales, al concentrar adicionalmente
el crecimiento en las regiones más "desarrolladas". Y a ello se
suma el que las actividades que se localizan a lo largo del
viario de alta capacidad, en las llamadas "áreas de descanso",
controladas en general por grandes empresas petrolíferas (BP,
Elf, Repsol...), tienden a desarticular la pequeña actividad de
servicios (comercios, restaurantes...), de carácter local, que
anteriormente se localizaban en los pequeños núcleos que
atravesaba la red viaria tradicional. Y los beneficios que se
derivan de su funcionamiento no revierten localmente, sino que se
proyectan asimismo hacia las regiones más desarrolladas. Del
mismo modo, la red ferroviaria de alta velocidad acentuará el
crecimiento de las principales metrópolis y ciudades, al tiempo
que inducirá el decaimiento de los núcleos pequeños y medianos
por los que pasará de largo sin dar servicio.
El resultado de las políticas de transportes, y de las dinámicas
económicas, será algo así como una intensificación del
crecimiento en poco más del 20% del territorio estatal (casi el
80% restante pierde ahora población)[21], allí donde se concentra
la actividad económica más competitiva [Fernández Durán , 2000].
Madrid y su área de influencia, la costa de Cataluña, el resto
del arco mediterráneo (hasta Tarifa), el valle del Guadalquivir,
Asturias central y costa, la costa cántabra, el triángulo vasco,
la costa occidental gallega, el eje del Ebro, y poco más; y por
supuesto, en los archipiélagos balear y canario, donde crece la
actividad económica y la población debido al tirón del turismo. Y
aún así, parte de estas conurbaciones, o corredores, no tiene
garantizada la permanencia, a medio plazo, de las actividades que
les dotan de impulso "vitalizador", por las razones ya apuntadas,
de su posible transformación en "áreas o ciudades perdedoras"
[RMOTUE , 1997]; aparte de las crisis internas que afectan, y que
les pueden afectar aún más en el futuro, a muchas de sus piezas
internas. La razón de ello es su carácter excéntrico (y quizás no
competitivo, en el futuro próximo) respecto de las dinámicas
centrales (económicas y espaciales) que impone la fase actual de
la "construcción europea" y la globalización económica.
El grado de urbanización de la población española, por tanto, se
seguirá incrementando, cuando ya hoy en día supone más del 75% de
la población total. Ello incidirá en una aún mayor expansión de
los espacios metropolitanos, que no crecerán tanto en población
como en extensión, esto es, en espacio tocado. Siendo la creación
de infraestructuras de transporte, en especial las viarias, un
acicate claro de este proceso. En el caso de Madrid, p.e., se
prevé que la futura región metropolitana crezca tan sólo un 10%
de población, pero que ocupe un 50% más de suelo (Prats, 1996).
De hecho, estudiosos de estos procesos auguran que "pueden
consumir en los próximos 30 años tanto suelo como el que
actualmente ocupan si se mantiene el modelo urbanizador actual".
Y es conveniente recordar que en los últimos 30 años ya se ha
duplicado el espacio tocado por el proceso urbanizador (nuevas
tipologías residenciales -viviendas unifamiliares, chalets
adosados, segundas residencias-, nuevas formas de distribución
comercial -grandes superficies, multicentros...-, nuevos
equipamientos de ocio -campos de glolf, clubs de tenis,
aquaparks...-, nuevos campus universitarios periféricos,
industria difusa y parques tecnológicos, nueva actividad hotelera
y de restauración _moteles, novoteles, restaurantes de
carretera...-) eso sí con un crecimiento poblacional de las
principales concentraciones bastante mayor que el que
previsiblemente se dé en el futuro [Arias , 1996]. La lengua de
lava del crecimiento urbano-metropolitano continuará pues
desbordándose, incidiendo de forma muy importante en la expansión
de la movilidad motorizada, y la paralela regresión de la medios
no motorizados, en concreto de los viajes a pie.
Estas tendencias son especialmente relevantes, pues es preciso
volver a señalar que nos adentramos muy posiblemente en
escenarios de creciente encarecimiento de la movilidad
motorizada, con las consecuencias sociales que ello generará. Por
un lado, como ya se ha apuntado, la expansión del peaje en la red
viaria de alta capacidad, y la imposición de tasas por el uso de
infraestructura, junto con la subida de los combustibles que se
viene manifestando en el último periodo, y que es previsible que
se mantenga por la probable alza del precio del crudo a medio
plazo, hará que se encarezca sustancialmente la movilidad
motorizada privada. En paralelo, la creciente precariedad que se
vislumbra en el mercado de trabajo (más de un tercio de la
población trabajadora actual es eventual) [Fernández Durán
, 2000], y la bajada de salarios que ello supondrá, significará que
un sector importante de las llamadas "clases medias bajas" pierda
poder adquisitivo, y le resulte progresivamente difícil hacer
frente a los costes que le supone la movilidad motorizada
privada. Esta movilidad es en muchos casos de carácter forzado,
debido a la dependencia del coche para desplazarse si se habita
en las periferias metropolitanas.
Y, por otra parte, en lo que al transporte público se refiere, en
especial en las metrópolis, desde hace algunos años se viene
produciendo un incremento de las tarifas por encima de la
inflación. El hecho de que los salarios en el último periodo
caminen por debajo de la misma, los escenarios de precariedad en
ascenso que se barajan, y la posible privatización a medio y
largo plazo de los sistemas de transporte público urbano-metropolitanos, con el consiguiente incremento de las tarifas que
ello acarreará, o la previsible reducción de las transferencias
estatales hacia las empresas de transporte público, que tendrá un
impacto parecido, supondrán un encarecimiento absoluto y relativo
de la movilidad en el transporte público[22]. En cualquier caso,
todo parece indicar que un porcentaje cada vez mayor del gasto
familiar de importantes sectores de la población se destinará a
hacer frente a los costes de la movilidad motorizada, pública o
privada, que es muchas veces obligada, debido a la configuración
de las metrópolis y del modelo productivo y territorial. La época
de la movilidad barata parece que toca a su fin.
Mientras tanto, la fuerte capacidad inversora pública en
infraestructuras de transporte de los últimos años se mantiene a
costa de una progresiva reducción del gasto estatal en materia
social, así como por las importantes transferencias comunitarias
en fondos estructurales y de cohesión. Sin embargo, la
orientación a la baja de las aportaciones de la UE que quedan
plasmadas en la llamada Agenda 2000, que define el marco de
financiación comunitario para el periodo 2000-2006, y la
restricción sustancial que experimentarán éstos con posterioridad
a esa fecha, como consecuencia de la ampliación al Este, diseñan
escenarios futuros de creciente dificultad en la obtención de
financiación proveniente de Bruselas. Los fondos de cohesión
desaparecerán a partir de esa fecha, y los estructurales se verán
mermados de forma sustancial. Igualmente, la reducción de la
imposición fiscal directa hacia la que se camina, augura mayores
dificultades para mantener la capacidad inversora estatal. Es por
eso, por lo que se intenta recurrir cada día más a la
financiación privada para la ejecución de infraestructuras de
transportes (autopistas de peaje, "peaje en la sombra",
financiación "modelo alemán")[23], o se van a imponer tasas o
impuestos indirectos para aumentar la capacidad de gasto público
en materia de infraestructuras, o para encarar los gastos de
mantenimiento en ascenso que comporta una red cada día más
extensa, y en el futuro cada vez más vieja. Se ha llegado a
plantear que en pocos años se puede pasar de un gasto de
mantenimiento de la red viaria de gran capacidad de 100.000
millones de pesetas a 300.000 millones, como resultado de ello
[Estevan y Sanz , 1996].
Las políticas de transporte en marcha, las dinámicas económicas,
y los procesos territoriales, todos ellos íntimamente
relacionados, harán, a nuestro entender, imposible para el Estado
español cumplir con los compromisos de Kyoto. Es más, se
desbordarán con mucho unos compromisos de por sí enormemente
favorables para el gobierno español. El Estado español, a pesar
de tener unas emisiones per cápita sustancialmente más altas que
la media mundial, al pertenecer al espacio de la UE, donde las
emisiones per cápita son bastante superiores a las españolas,
consiguió, en las negociaciones internas comunitarias, el poder
aumentar sus emisiones para el 2008-2012 en un 15% respecto de
1990. Pues bien, ya en 1998, las emisiones españolas eran un 23%
superiores a las de 1990 [Murillo , 1999]. Desde entonces, tanto
el consumo energético global, como la evolución de la movilidad
motorizada, marchan a toda máquina. En 1999, en un solo año, la
movilidad motorizada por carretera creció nada menos que casi un
6% [Galán , 2000]. Y las tendencias que se han apuntado en este
apartado pronostican, parafraseando a Groucho Marx: "Más Madera".
Pero es preciso recordar que el territorio español, y en general
el ámbito mediterráneo, será uno de los espacios del globo más
afectados por el cambio climático.
Por último, la creciente dependencia energética, en concreto del
petróleo (y también de otras energías fósiles), junto con los
precios en ascenso del crudo, repercutirán muy negativamente en
la balanza comercial española. Ya de por sí grandemente
deficitaria, en abierto contraste con los países centrales
comunitarios. En el último periodo, las entradas por turismo, a
pesar del incremento espectacular de éste, no han logrado
equilibrar el balance exterior, produciéndose un preocupante
deterioro de la balanza por cuenta corriente. El alza de los
combustibles está afectando asimismo de forma negativa a la
inflación. Una inflación que es bastante superior a la media
comunitaria. Hecho que pone en peligro la tan cacareada necesidad
de competitividad de la economía española respecto del conjunto
de la UE. Y que se traducirá en pérdidas de empleo, deterioro de
los desequilibrios macroeconómicos (y muy en concreto del
endeudamiento público), etc. Los costes (económicos, sociales y
ambientales) de un modelo basado en la movilidad motorizada
masiva empiezan a aflorar con fuerza, y lo harán probablemente
más en el futuro.
Es de resaltar cómo responde el poder cuando se cuestiona, desde
abajo, la expansión de la movilidad motorizada. En algunos casos,
el poder reacciona poniendo en cuestión la voluntad de la
población libremente expresada de forma democrática. Esta sería
claramente la situación en el caso suizo. La UE ha ejercido una
tremenda presión sobre el gobierno suizo para que hiciera oídos
sordos a los resultados de la consulta popular, utilizando todo
tipo de medidas de extorsión y chantaje. Desde la amenaza de
bloquear acuerdos comerciales por parte de la CE, a la bravata
del ministro de transporte holandés de eliminar los derechos de
utilización del aeropuerto de Schiphol para Swissair, si el
gobierno suizo no cambiaba su posición. Ello ha derivado en un
cambio de actitud del ejecutivo helvético, que se ha plegado
prácticamente a las exigencias comunitarias, pasando por encima
de la voluntad popular. Reflexiones similares se podrían señalar
en relación con el caso austríaco. No en vano la CE prevé que se
duplique el tráfico de mercancías a través de la barrera alpina
entre mediados de los 90 y el 2010 [CEO , 1999].
En otros casos, cuando la resistencia es firme y puede llegar a
poner en cuestión la bondad o conveniencia de los proyectos de
infraestructuras, las estructuras de poder reaccionan con todo su
potencial represivo, reforzado en estos últimos años a través de
reformas legislativas (endurecedoras del marco democrático) que
apuntalan la lógica del sistema vigente. La represión en Gran
Bretaña contra el movimiento de oposición a la construcción de
nuevas carreteras (en Newbury, p.e.), la actuación de la policía
contra los movimientos de protesta en Dinamarca al Scanlink, y el
contundente despliegue policial y militar en Francia contra la
oposición a la realización del nuevo acceso a través de los
Pirineos en el Valle de Aspe y Somport, indican que el sistema
reacciona contundentemente cuando se rechaza la expansión de la
movilidad motorizada. Es más, la policía británica está
presionando al gobierno para conseguir una nueva legislación, que
permita dictaminar bajo el epígrafe de actividades terroristas
las acciones directas no violentas contra la construcción de
infraestructuras [A SEED , 1999]. Y ello nos aporta pistas de que
estamos tocando hueso, y de que un cambio de modelo de sociedad
pasa indefectiblemente por intentar quebrar la lógica del
crecimiento del transporte motorizado.
De hecho, la propia ERT (1991) ya manifestó hace unos años que:
"las objecciones medioambientales, aunque importantes, no se les
puede garantizar un derecho de veto. La organización cada día más
eficaz de aquellos que argumentan a favor de los derechos
medioambientales ciudadanos, debe ser contrarrestada por una
organización aún más eficaz de los abogados del cambio, la
adaptación y el crecimiento".
Aquí, en el Estado español, después de una intensa contestación
social a la construcción de autopistas y autovías a finales de
los setenta y primeros de los ochenta, cuando se llegó a
constituir una coordinadora estatal de luchas contra autopistas
[CLCA , 1979], se produce un decaimiento de la oposición ciudadana
durante los ochenta, como resultado del cambio de valores que
experimenta la sociedad española en esa época, y la paralela
expansión de la motorización y la movilidad que se da en esa
etapa. Se instala entonces en el cuerpo social una fuerte cultura
del coche, y en general de la velocidad y de la movilidad
motorizada, moldeada sabiamente desde los mass media.
En los noventa, se empiezan a detectar ciertos cambios, tenues
por supuesto, conforme van haciéndose patentes los costes de la
movilidad motorizada. La oposición al trazado de la A3 por las
Hoces del Río Cabriel, y el rechazo al paso de la M40 por el
Monte de El Pardo en Madrid, marcan un cierto cambio de
tendencia. La alarma social en torno a la alta siniestralidad en
la carretera, que se hace patente en esos años, contribuye
también a ello. Y últimamente han aparecido movimientos de
denuncia a la construcción de nuevos cinturones de circunvalación
en las grandes áreas metropolitanas (Madrid, Valencia,
Barcelona...). Todo ello indica que, poco a poco, algo parece
estar cambiando.
En relación a los proyectos de tren de alta velocidad, también se
ha desarrollado cierta contestación social. En un primer momento
respecto del trazado Madrid-Córdoba-Sevilla a su paso por los
Montes de Toledo y áreas de gran valor natural en Sierra Morena,
y también cuestionando el propio concepto de alta velocidad y sus
implicaciones (económicas, energéticas, sociales, ambientales y
territoriales). Y en la actualidad contra el proyecto de la Y
vasca en Euskadi, un proyecto ampliamente contestado -donde cabe
resaltar la actividad de la Plataforma contra el TAV[24]- por el
impacto que tendría este proyecto en un territorio frágil, de
orografía muy movida, y con alta densidad de población. Asimismo,
la conexión en alta velocidad Madrid-Valladolid a su paso por la
sierra del Guadarrama, atravesando también áreas de gran valor,
está produciendo fuertes resistencias a uno y otro lado de la
cordillera. Hasta muchos alcaldes del PP de la zona se han sumado
a la oposición a un trazado que no les reporta el menor beneficio
(el tren no pararía en sus pueblos), y sí muchos trastornos. La
ejecución de este costosísimo proyecto redundaría en un deterioro
adicional de los tres corredores actuales (Madrid-Avila, Madrid-Segovia, y Madrid-Somosierra), que dan servicio a un importante
volumen de población.
Lo mismo se podría decir de la travesía del AVE Madrid-Barcelona-Frontera por diversas y ricas comarcas agrarias catalanas, en
Lérida, Barcelona y Gerona, en las que el AVE tendría un
importante impacto, y en donde se ha desarrollado una rechazo
social considerable (Cop al Tav). Y últimamente se está
articulando una oposición al tren de alta velocidad en Castilla-La Mancha (Madrid-Albacete-Valencia-Alicante), pues muchos
núcleos de mediano tamaño quedarían descolgados de una
infraestructura de muy elevado coste que no les reportaría
ventajas. Es más, el actual servicio ferroviario, que les dota de
conexión, y al que se ha dedicado una alta inversión para
adecuarlo a velocidad alta en los últimos años, podría verse
amenazado a medio plazo, cuando entrase en funcionamiento el
nuevo enlace en alta velocidad y ancho europeo.
Como pincelada final, el cuestionamiento que está experimentado
el macroproyecto de ampliación del aeropuerto de Barajas en los
municipios limítrofes, y la movilización social contra el
incremento del ruido resultado de la creación de la nueva pista,
es otro síntoma más de un cambio de actitud de la población ante
las pretendidas ventajas de la sociedad hipermovilizada. El
Ministerio de Fomento se está viendo obligado a cerrar el
aeropuerto durante la noche, para frenar las protestas de los
vecinos. Lo mismo ha ocurrido ya en distintos aeropuertos
europeos. Si bien la privatización de la gestión de los
aeropuertos que se baraja, haría más difícil que se acometiese el
cierre nocturno, ante los importantes intereses económicos en
juego.
Como se ha intentado dejar claro a lo largo de este texto, estas
tendencias son íntrinsicamente insostenibles en el medio y, sobre
todo, largo plazo. Tanto por el creciente uso de recursos no
renovables (principalmente energía fósil) que supone, como por
los impactos ecológicos en aumento que conllevan. Amén de las
consecuencias económicas y sociales que arrastran, que tampoco
son ni justas ni "sostenibles" en el medio y largo plazo. Y
"ningún proceso insostenible a largo plazo ha sido ni puede ser
inexorable en la historia" [Estevan y Sanz , 1996].
Esto contrasta con el funcionamiento de los ecosistemas
terrestres, donde el desplazamiento horizontal (masivo) de seres
vivos o materiales asociados es un fenómeno relativamente
singular. En la vida terrestre, formada fundamentalmente por la
biomasa vegetal, predomina en general el transporte vertical (de
carácter cíclico)[25]. Y la pequeña fracción de vida que se
condensa en forma de biomasa animal "economiza de modo bastante
estricto su gasto energético en trabajo muscular". En general,
salvo excepciones, sus desplazamientos son más o menos limitados,
y están ligados a habitats o territorios concretos. "La
naturaleza está, en esencia, fija, (desde el punto de vista
espacial, aunque internamente sea extremadamente móvil y fluida).
Sin embargo, en relación con el movimiento, como en tantos otros
aspectos, las modernas sociedades industriales se han organizado
completamente de espaldas a los principios básicos de la
Naturaleza (...)". (Además) la generalización del transporte
motorizado exige la extracción, transformación, desplazamiento y
utilización de enormes cantidades de materiales y energía[26],
"tan extraños a la Naturaleza como lo es el propio concepto de
movimiento horizontal masivo" [Estevan y Sanz , 1996].
Desde el enfoque institucional vigente se nos señala que las
tendencias de expansión de movilidad motorizada pueden llegar a
ser domesticadas con nuevos desarrollos tecnológicos que no ponen
en cuestión las dinámicas de fondo. Desde nuevos coches y
carreteras inteligentes, a vehículos con mejores prestaciones y
menores consumos unitarios, o que incorporan nuevas tecnologías
(coches eléctricos). Pasando por nuevos combustibles fósiles
gaseosos, biocombustibles, o la posible utilización del hidrógeno
como energía motora. Todo ello complementado por estudios
"científicos" de impacto ambiental. Por no decir la promesa de
que las nuevas tecnologías de la información y comunicación
reducirán las necesidades de transporte.
Sin embargo, los reducidos logros en eficiencia de las mejoras
tecnológicas quedan barridos por el incremento imparable de la
movilidad motorizada, el aumento del cubicaje y la potencia, así
como del peso medio de los vehículos. Y las reducciones locales
de impactos que propician ciertas tecnologías (p.e., los coches
eléctricos), aparte de ser limitadas y no generalizables al
conjunto de los vehículos, generan impactos en otros ámbitos
espaciales (p.e., allí donde hay que generar la energía
eléctrica), o donde hay que depositar o reciclar las baterías y
su contenido. Además, los nuevos combustibles, aparte de sus
problemas operacionales, y de seguridad, son en general menos
impactantes (biomasa), menos limpios, menos eficientes y menos
infinitos de lo que se supone. Y las evaluaciones de impacto
ambiental sirven, en general, para legitimar opciones o proyectos
decididos ya previamente, a los que se incorporan pequeñas
variaciones que no afectan a su sustancia.
Por otro lado, "las telecomunicaciones sirven efectivamente,
dentro de un determinado contexto social, económico y
tecnológico, para sustituir algunas modalidades de
desplazamiento. Pero al mismo tiempo posibilitan nuevas formas de
reorganización de las actividades y de la propia movilidad que,
de hecho, refuerzan la demanda de transporte (...) (El desarrollo
de las telecomunicaciones va a permitir) otro paso de expansión
de lo urbano hacia el territorio circundante (...) Las
telecomunicaciones constituyen así una mezcla explosiva ideal
para una nueva onda expansiva de las metrópolis" [Sanz , 1997].
Así, a pesar del impresionante desarrollo de las
telecomunicaciones de los últimos años, la demanda de transporte
no ha parado de crecer.
Es preciso, pues, empezar a abordar la necesidad de la reducción
de la movilidad motorizada a todos los niveles en el camino hacia
la sostenibilidad, pues cada vez parece que hay más "dudas de que
el crecimiento continuo de la movilidad y la velocidad conduzca a
la equidad y a la preservación del planeta (...) (Además) pasado
cierto límite (...) la industria del transporte cuesta más tiempo
a la sociedad del que ahorra (...). (Y genera) la pérdida
paradójica de autonomía conforme aumenta la aparente libertad de
movimiento" [Sanz , 1994]. "Las sociedades modernas le dedican (al
transporte) más de un tercio del trabajo global, mucho más que
cualquier sociedad preindustrial (...) Por encima de una cierta
velocidad, los transportes rápidos son contraproducentes" [ALTCN
, 1999]. Contra la expansión de la lejanía, la velocidad y la
movilidad motorizada, se debería contraponer la creación de
cercanía o proximidad, la mesura en el ritmo de desplazamiento, y
la reducción de los viajes motorizados, especialmente de la
movilidad forzada, junto con la recuperación y potenciación de
los transportes no motorizados (peatonal y bicicleta), y la
vivencia de la calle como espacio público por excelencia para la
comunicación y relación, y no exclusivamente para transportarse.
Se debería promover la accesibilidad más que la movilidad, siendo
curiosa la confusión que se ha promovido en la sociedad actual
respecto a estos dos conceptos. Accesibilidad es, ante todo,
proximidad. Contra el vicio del transporte, deberíamos
contraponer la virtud de la cercanía, pues aparte de otras
ventajas inherentes (ahorro de tiempo, posibilidad de desarrollo
de la vida comunitaria y cívica, etc.) "una sociedad y una
economía ecológica son aquellas que emulan los principios de la
Naturaleza y se adaptan a ellos, en lugar de violentarlos"
[Estevan , 1994]. En este sentido, se deberían impulsar sistemas
económicos más autocentrados (justo lo contrario que genera la
globalización económica y el "proyecto europeo"), reconstruyendo
las economías locales y regionales, bien adaptados a los
condicionantes ecológicos, que redujeran la necesidad de
transporte a larga distancia. Así como estructuras territoriales
y urbanas que posibilitaran la disminución de la movilidad
forzada no deseada, creando proximidad y cercanía en los planos
económico, social y personal. Y, por supuesto, impulsar políticas
de transporte que en lugar de echar más leña al fuego, estuvieran
orientadas a la estabilización y posterior reducción de la
movilidad motorizada, promoviendo en este tránsito los medios de
transporte de menor consumo energético e impacto ambiental.
Este cambio de rumbo hacia la sostenibilidad, el equilibrio y la
equidad no se podrá iniciar sin transformaciones profundas en los
ámbitos de las relaciones económicas, político-institucionales,
culturales, sociales y personales. Y en la reconversión ecológica
del transporte se debería replantear las ventajas de la movilidad
motorizada, abordar la desmitificación social del automóvil,
poner en tela de juicio la pretendida bondad del siempre más
lejos y más deprisa, superar la obsesión por la construcción
incesante de infraestructuras, fomentar alternativas que tengan
en cuenta la escasez de los recursos no renovables, atacar las
causas de la alta siniestralidad del transporte motorizado, y en
concreto del transporte por carretera, para en definitiva calmar
el tráfico y domesticar el transporte. Es preciso, pues, crear un
amplio debate en la sociedad en torno al transporte, que tan sólo
está en sus inicios, si es que queremos abordar la necesidad de
conseguir la sostenibilidad y equidad a medio y largo plazo. Y es
urgente empezar ya.
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Fecha de referencia: 16-6-2000
Boletín CF+S > 13 -- Antes de la batalla: TRANSPORTE / Comercio / Trópicos / Ayuda Mutua > http://habitat.aq.upm.es/boletin/n13/arfer.html |
Edita: Instituto Juan de Herrera. Av. Juan de Herrera 4. 28040 MADRID. ESPAÑA. ISSN: 1578-097X
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