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Camilo José Cela
Aviso de la defensa del español |
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El cordobés Séneca nos pide mesura hasta en el sufrimiento y el belmontino Gracián nos
aconseja que seamos breves. Pues bien, mesurada y brevemente, siguiendo estas dos sabias y
prudentes normas y por respeto a mi alto auditorio, pruebo a dar mi aviso de la defensa
del español, la lengua en que a Cervantes, al decir de Unamuno, Dios le dio el Evangelio
del Quijote: la lengua en la que tenemos nuestra histórica e inmediata circunstancia y la
fortuna de saberla digna y suficiente, firme y saludable, lozana y adecuada a los usos,
afanes y necesidades que nos animan a seguir viviendo en ella y, en mi caso, también para
ella y de ella.
La noticia de la Gramática de Nebrija estuvo hace no mucho en boca de todos con
motivo de su quinto cumplesiglos y con frecuencia se nos recuerda que en ella y no más
comenzado el prólogo, su autor dice a doña Isabel, Reina y Señora natural de España,
que siempre la lengua fue compañera del Imperio. Pongamos en el lugar de la palabra
señaladora de este solemne concepto, envejecido ya tras los quinientos años pasados
desde entonces, una voz que designe alguna noción en actual candelero, por dispares que
pudieran parecernos las unas de las otras, cultura, nota o marca o seña de identidad,
revolución, mercado, lo que fuere, y no nos será difícil intuir lo que quiso señalar
Nebrija, esto es, que la lengua es un arma, una herramienta primordial, insubstituible por
ninguna otra y necesaria para darnos sentido y presencia y abrir las más amplias
perspectivas a nuestros anhelos. |
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Repárese en que el pensamiento de nuestro glorioso gramático, puesto al día, cobra una
frescura que nos alerta de su verdad, y no olvidemos tampoco su serena y cierta
advertencia en este trance de hoy. Ahora nos corresponde dejar constancia de la idea de
Cervantes de que no hay ningún camino que no se acabe como no se le oponga la pereza y la
ociosidad; propongámonos no olvidar esta sutil sabiduría cuya presencia tanto vamos a
necesitar.
La posibilidad de entendimiento crece o mengua en función del auge o la desnutrición de
otra posibilidad condicionadora, la de la comunicación. Los europeos del siglo XX dejamos escapar de la mano la bendición que hubiera supuesto
convertir, mejor dicho, conservar el latín como la lengua culta internacional, y los
españoles del siglo XXI tendremos que estar alertas para evitar que
el español deje de ser la lengua común de los españoles, lo que sería un despropósito
histórico e incluso político.
Como amante de la lengua, de las lenguas, de todas las lenguas y no digamos de las
españolas: el español, el catalán, el gallego y el vasco preconizo que juguemos a
sumar y no a restar, que apostemos al alza y no a la baja, que defendamos la libertad de
las lenguas y sus hablantes, soñemos con la igualdad de propósitos y troquemos la
fraternidad de los juegos florales y los discursos de artificios y su escenografía caduca
e inoperante, por la justicia de la implacable erosión semántica, esa ilusión que
acabaría perfeccionando al hombre en paz. |
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Sí. No usemos la lengua para la guerra, y menos para la guerra de las lenguas, sino para
la paz, y sobre todo para la paz entre las lenguas. De la defensa de la lengua, de todas
las lenguas, sale su fortaleza, y en su cultivo literario se fundamenta su auge y su
elástica y elegante vigencia.
Quisiera ser muy cauto en mis apreciaciones y no sólo por el ya aludido respeto que
debo a quien se lo debo, sino también por el que siento hacia la lengua en la que me
honro expresándome pero tampoco debo dejar huir este momento que se me brinda para
no callarme: quien la ocasión pierda, decía San Juan de la Cruz, es como quien soltó el
avecica de la mano, que no la volverá a cobrar.
Os suplico que me oigáis, Majestades, Señor Presidente, señores y señores. Los
españoles y los hispanoamericanos somos dueños y usuarios de una de las cuatro lenguas
del ya próximo futuro, ya sabéis bien que las otras son el inglés, el árabe y el
chino, dicho sea sin desprecio de ninguna otra y guiado no más que por consideraciones de
inercia histórica en las que, claro es, ni entro ni salgo.
Nuestra lengua, el español, ha venido siendo ignorada, cuando no zaherida, oficial y
administrativamente entre nosotros y desde que la memoria alcanza, y tan sólo en estos
gozosos momentos y con motivo de la creación del Instituto Cervantes que ahora da
todavía sus primeros pasos, parece que se hace una clarita en nuestro horizonte. ¡Ojalá
la suerte nos acompañe a todos! |
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Es doloroso que siendo la nuestra una de las lenguas más hermosas y poderosas y eficaces
del mundo, nadie, hasta hoy, se haya preocupado de enseñarla por ahí fuera y de
defenderla por aquí dentro, donde tampoco es atendida como es debido. Y que nadie achaque
a la Academia las culpas que le son ajenas por cuanto languideció durante largos años en
la más indigente inopia; la culpa fue del Estado que ahora parece arrepentirse de graves
y pretéritos errores y aun olvidos.
Los españoles hemos visto cómo se perdía el español en las Filipinas, cómo va camino
de perderse en Guinea, en el Sahara y, ¡ay! entre los hijos de los emigrantes españoles
a Europa, cómo no supimos enseñárselo a Europa, cómo no supimos enseñárselo a los
rifeños y cómo lo zarandeamos y vapuleamos entre nosotros; parece ser que, por fin y en
buena hora, estamos conjurando, atajando, el peligro de que nuestros nietos tuvieran que
llorar la pérdida del español en la Península Ibérica.
A todo puede ponerse coto con inteligencia, con paciencia y con dinero, bien es cierto,
pero quizá metiendo, antes de nada, un poco de orden en nuestro pensamiento y el
necesario coto a nuestras inexplicables e ingenuas vergüenzas.
¿Por qué algunos españoles, con excesiva frecuencia, se avergüenzan de hablar el
español y de llamarlo por su nombre, prefiriendo decirle castellano, que no es sino el
generoso español que se habla en Castilla? ¿Por qué se huye de los términos
Hispanoamérica e hispanoamericano, que se fingen entender en muy desvirtuador sentido, y
se llega a la equívoca y acientífica aberración de llamarlos Latinoamérica y
latinoamericano? ¿Por qué se olvida que en los Estados Unidos los hispanohablantes
caribes, mejicanos y centroamericanos se llaman hispanos a sí mismos?, etcétera. |
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Sacudámonos falsos pudores que nos dificultan ver claro y recordemos a los americanos que
hablan el español que ésta es la lengua de todos, ni más ni menos nuestra que suya ni
al revés, y que todos, queramos o aun sin quererlo, somos hispanos o hispánicos o iberos
o ibéricos. Y bajo cualquiera de ambos dobles gentilicios caben también los portugueses
y los brasileños porque ni Hispania ni Iberia quieren decir España, que es realidad y
entidad mucho más moderna, sino que señalan la entera Península Ibérica. Hace unos
momentos pedía también dinero para esta noble causa. La lengua es la más eficaz de
todas las armas, ya quedó dicho, y la más rentable de todas las inversiones; nunca es
tarde para que empecemos a poner nuestros ahorros al servicio de futuros benéficos que
serán de todos y que servirán para todos.
Y me callo ya porque tampoco soy quién para abusar del tiempo que se me regala; porque,
según Alfonso X el Sabio, el mucho hablar hace envilecer las palabras y porque, para
Cervantes, siempre Cervantes, no hay razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo lo
parezca. |
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